viernes, 24 de abril de 2009

betty blue

Betty Blue
pura Entrega Total
Existen pequeños ciclos de cine en centros culturales que logran juntar parroquianos de la zona y a cinéfilos atraídos por la exhibición de una cinta de difícil acceso. La oferta es variada, desde películas de culto hasta clásicos. Pero hay una pequeña obra-fantasma que logra emerger año tras año en estos ciclos, generalmente inserto en muestras dedicadas al “cine erótico”. Betty Blue, la cinta que nos ocupa, goza de una sensibilidad especial que logra claramente destacarse de películas de similar espíritu (Las Edades de Lulu de Bigas Luna, o Mad Love con Drew Barrymore).
Un hombre de pegas esporádicas llamado Zorg (J. H. Anglade), recibe la visita de Betty (Béatrice Dalle). Esta chica simplemente llega a su casa sin más aviso, tal como el visitante incógnito de Teorema (Pasolini) o Visitor Q (Takashi Miike). Pero lo improbable (por pudor, costumbre) de la apasionada relación es sólo una manera de suspender la incredulidad del espectador para entregar, en cambio, un relato de resonancias casi míticas. La realidad no cabe en la pasión de estos personajes. Y no es tanto la pasión carnal de superficie que estamos acostumbrados a ver en el cine: es una pasión que remite al estado de simplemente padecer ( passĭo) , sentir algo. Es un padecimiento particularmente equilibrado dentro de su inestabilidad y precariedad: laboral, en el caso de Zorg y existencial en Betty.
Al descubrir los manuscritos de una novela-ladrillo de Zorg, Betty toma el asunto en sus propias manos y decide dedicarse a transcribir la novela, día y noche, para enviarla a editores. Pocas veces se plasma en cine el compromiso de la entrega total con tanta dedicación. Betty inmediatamente ve lo esencial en las cosas, con tal claridad que frustra al espectador: cuando el dueño de un condominio de cabañas le ofrece un trabajo ultra absurdo, como pintar 499 cabañas (él solo), Zorg considera muy seriamente la oferta. Claro, él quiere darle un buen pasar a Betty (aunque se hayan conocido recién). Ella lo apoya, pero a la quinta cabaña, Betty se exaspera, lo hace quemar su casa, insultar al jefe y partir a la cuidad a la realización de una vida mejor. Este es sólo un ejemplo cómo esta historia de amour fou se despliega en un embrollo de agresividad y ternura tan conmovedor, que tras finalizar, queda la sensación de haberse quemado con el fuego del “padecimiento” de Betty hacia Zorg y vice versa.
Rescato brevemente los aspectos centrales de Betty Blue que la consolidan como una película de amor poseedora del grado más intenso de deseo en una relación, cuyo auge y caída ante la imposibilidad –de ser madre, de conciliar impulsos destructivos con la vida– producen un punto de fuga cuya pulsión final es la muerte; llevar el deseo hasta las últimas consecuencias puede terminar en pérdida de sentido y de cuerpo. Debe ser una de las razones por la que mucho de nosotros los humanos nos conformaremos con sentar cabeza y evitar esa combustión tan desenfrenada…pero al ver Betty y Zorg padecer esa llama, no queda otra sensación que aceptar cómo abrazan su destino, en un desenlace que alcanza ribetes míticos. Yo les haría un signo zodiacal a Betty y Zorg. Es el estrecho lazo que une el Eros y Tánatos, las pulsiones de vida y muerte. En el cine hay ejemplos notables que han llegado a ser grandes clásicos, pero el caso de Betty Blue toca ribetes mas íntimos; el relato se despliega en sinuosas líneas argumentales que se dedican a describir momentos de vivencia cotidiana que encuentran, bajo la astuta mirada de Beineix, instantes acogedores. Existe una detallada bitácora entre el comienzo de la relación Betty-Zorg; los vemos deambular sin rumbo fijo por varios sectores de Francia, los observamos desplazarse a la deriva, alternando entre acción y reposo, “esperando nada”. La fotografía de Jean Françoise Robin plasma colores fríos cálidamente (valga la contradicción), estableciendo una peculiar puesta en escena que alcanza una expresión doble. Por un lado, ilustra la saturación del color pastel (azul, rosado, dorado, verde nilo), propia del estilo de los ochenta (genera una extraña sensación de nostalgia de esa década). Por otra, cristaliza y enfría la consumación del amor de la pareja, guiándola cual réquiem hacia su desenlace.
Algunos elementos interesantes: la escena donde la pareja hace el amor en el atardecer en una cabaña, con una reproducción de Mona Lisa colgada en la pared debe ser de los encuadres más inusuales y astutamente compuestos vistos jamás. Con un mínimo de elementos, Beineix logra una trama de miradas que franquea constantemente entre la pareja y la pintura, y se genera un juego de vistazos de complicidad con Mona Lisa, quien está observando desde contracampo la misma escena que el espectador, y si incluimos la flexibilidad de la mirada de Mona Lisa, veremos que ella hace el mismo franqueo.
Betty Blue tiene una vigencia que sobrepasa el estatuto de culto, puesto que desborda la mera necesidad visual de revisar códigos y guiños fílmicos que están actualmente en reciclaje, como sucede de manera ejemplar en Kill Bill. Los aciertos de la cinta hallan su núcleo en la “rostridad” de Béatrice Dalle, su magnetismo sexual; el contrapunto otorgado por la calidez fría como síntoma de su devenir y padecer; el recorrido “a la deriva” del acontecer cotidiano entre Zorg y Betty. El seguimiento incansable y frontal que Beineix hace de la pareja a través del tedio, el éxtasis y la tranquilidad de sus vaivenes, posicionan a Betty Blue como una obra cumbre del amour fou: encara la tensión entre la pulsión vital y mortal con la misma resignación (¿franqueza, compasión?) que la de un ciervo que mira a su bosque consumirse en llamas.

pump vs tetonik

baile simulado kon ritmos CRAZY XD